Augusto Monterroso, La letra e
a) Dice A. N. Whitehead que «se necesita una mente fuera de lo común para ocuparse del análisis de lo obvio». Yo no sabría decir si mi mente es de ésas o de las muy comunes, pero es en lo obvio en lo que con mayor frecuencia encuentro sorpresas.
Era algo más que un adolescente cuando leí por primera vez la frase Et in Arcadia ego. Busqué entonces en mi Pequeño Larousse y encontré que se trataba de una frase «que expresa la efímera duración de la felicidad y el pesar que se siente por el bien perdido», lo que en ese tiempo me bastó, o más bien no me dijo nada, pues yo no sabía lo que era la felicidad ni mucho menos el bien perdido. Pero cuando más tarde esa expresión asomaba en los libros que leía, algún amigo me aseguraba que obviamente eso estaba en Virgilio y yo volvía a tranquilizarme. ¡Hasta que de pronto apareció en un libro mío!
En la solapa de Lo demás es silencio el licenciado Efrén Figueredo exclama: ¡Et in Arcadia ego! Y en seguida parafrasea: «¡Yo también he vivido en San Blas! «¿San Blas como una Arcadia cuando según sus habitantes es modelo de todo lo contrario? O eso estaba dicho en tono irónico o se refería a la mera exclamación retórica de alguien que, lo mismo que yo, daba por supuesto su significado nostálgico.
Precisamente: una herencia retórica. En México existió a fines del siglo pasado y principios de éste un grupo de escritores y poetas que entusiasmados por las letras clásicas adoptaron nombres eglógicos y se hicieron llamar nada menos que «árcades», esto es, habitantes de la Arcadia. El obispo Ignacio Montes de Oca se convirtió así en Ipandro Acaico; Joaquín Arcadio Pagasa en Clearco Meonio; Juan B. Delgado en Alicandro Epirótico. En 1965 Andrés Henestrosa publicó un artículo en el que apunta que la literatura mexicana me adeudará (ejem) para siempre el haber yo descubierto que «Ipandro» es anagrama de Píndaro, lo que a mí me pareció obvio cuando leí por vez primera a Píndaro traducido por el obispo Montes de Oca.
b) Los caminos de Serendipity
Miércoles, tres de la mañana. Leo The Nabokov-Wilson Letters 1940-1971 (Harper Colophon Books, New York, 1980), volumen que recoge la mayoría de las cartas que estos dos maniáticos de la literatura en general y de la precisión en particular intercambiaron desde la llegada del primero a los Estados Unidos, y en las que se ve por una parte la inagotable generosidad de «Bunny» (Wilson) y por otra el refinado espíritu oportunista con que «Volodya» (Nabokov) aprovecha día por día todo lo que su poderoso colega puede ofrecerle en materia de contactos y oportunidades para afianzarse en el mundo de la élite intelectual, las casas editoriales y las universidades norteamericanas, en tanto que, como un extraño Foma Fomitch al revés, se valía de su origen supuestamente aristocrático para ahondar el sentimiento de inferioridad que adivinó latente en aquel nativo de un país tan provinciano como los Estados Unidos; hasta que Bunny no soportó más y publicó en The New York Review of Books su famosa y demoledora crítica a la edición anotada del Eugene Onegin de su a esas alturas ya célebre amigo y desde ese día casi ex. Y uno ha podido estarse leyendo esas cartas hasta las tres de la mañana fascinado por la táctica que Nabokov empleó hasta ese momento para atacar las partes blandas de Wilson, táctica que consistía la mayoría de las veces en negar con desdén todo lo que Wilson admiraba: desde el marxismo y la Revolución soviética hasta autores como Henry James o William Faulkner.
Cinco de la mañana. Pero he aquí que terminando la página 318 del libro, y en carta de Wilson del 20/21 de junio de 1957, encuentro de pronto: «I forgot about Et in Arcadia ego», y luego (traduzco): Turguenev en «Una correspondencia» tiene «Nosotros también hemos vagado en sus hermosos campos». Esto, es evidente (ojo a lo obvio según Wilson), deriva de la Egloga Séptima de Virgilio: Ambo florentes aetatibus, Arcades ambo, seguido por Huc ipsi potum venient per prata juvenci. O Turgueney pudo haber confundido las dos citas». Y añade: «Pero la edición soviética señala que ésta se refiere a un poema de Schiller que comienza: Auch war in Arkadien geboren (Yo también nací en la Arcadia). Sin embargo, Schiller obviamente (subrayo el 'obvio' de Wilson) está pensando en Et in Arcadia, etc., y para esto el Larousse lo remite a uno a la pintura de Poussin Les bergers d'Arcadie... ¿Pero de dónde tomó esto Poussin? Me parece recordar con claridad que en el original la frase termina con un vixi; aunque algunas veces yo imagino tales cosas... ¿De dónde te viene a ti la idea de que esto procede de la Edad Media? En el cuadro, el ego no alude a la Muerte, como entiendo que tú dices que originalmente lo hacía, sino al hombre muerto en la tumba». (De paso, a Wilson le parece también obvio que el cadáver en la tumba sea de un hombre y no de una mujer. ¿Por qué?)
c) Partir hacia donde uno está
Jueves. A todos estos razonamientos que he tratado de resumir y dejar lo más claros posible Nabokov contesta en tres líneas y mes y medio después: «Mi fuente para entender que Et in Arcadia ego significa «Yo (la Muerte) (existo) aun en la Arcadia», es un excelente ensayo de Erwin Panofsky en The Meaning of the Visual Arts, Anchor Books, New York, 1955». Nada más. Y pasa a otra cosa, sin decirle, pero obviamente implicándolo: ¿Cómo es que hoy, agosto de 1957, tengas que acudir a fuentes soviéticas detestables, tú, que eres el mejor crítico de los Estados Unidos, teniendo ese libro en inglés, aquí, en tu ciudad, y quizá hasta en tu biblioteca, desde 1955?
Por mi parte, me lancé a la búsqueda de ese libro en inglés por toda la ciudad de México, incluida la Biblioteca Franklin, sin ningún resultado, para finalmente encontrarlo traducido (Erwin Panofsky, El signficado de las artes visuales, Alianza Editorial, Madrid, 1979) en la biblioteca del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad de México, a un paso de mi escritorio. Pero el capítulo «Et in Arcadia ego: Poussin y la tradición elegiaca» es tan rico que cualquier resumen resultaría, obviamente, una muestra muy pobre. Panofsky no deja duda: es la Muerte y no ningún pastor, o árcade, la que dice: Aun en la Arcadia estoy yo.
Y Virgilio no tuvo nunca nada que ver con la frase.
(14 de abril, 1984)
Era algo más que un adolescente cuando leí por primera vez la frase Et in Arcadia ego. Busqué entonces en mi Pequeño Larousse y encontré que se trataba de una frase «que expresa la efímera duración de la felicidad y el pesar que se siente por el bien perdido», lo que en ese tiempo me bastó, o más bien no me dijo nada, pues yo no sabía lo que era la felicidad ni mucho menos el bien perdido. Pero cuando más tarde esa expresión asomaba en los libros que leía, algún amigo me aseguraba que obviamente eso estaba en Virgilio y yo volvía a tranquilizarme. ¡Hasta que de pronto apareció en un libro mío!
En la solapa de Lo demás es silencio el licenciado Efrén Figueredo exclama: ¡Et in Arcadia ego! Y en seguida parafrasea: «¡Yo también he vivido en San Blas! «¿San Blas como una Arcadia cuando según sus habitantes es modelo de todo lo contrario? O eso estaba dicho en tono irónico o se refería a la mera exclamación retórica de alguien que, lo mismo que yo, daba por supuesto su significado nostálgico.
Precisamente: una herencia retórica. En México existió a fines del siglo pasado y principios de éste un grupo de escritores y poetas que entusiasmados por las letras clásicas adoptaron nombres eglógicos y se hicieron llamar nada menos que «árcades», esto es, habitantes de la Arcadia. El obispo Ignacio Montes de Oca se convirtió así en Ipandro Acaico; Joaquín Arcadio Pagasa en Clearco Meonio; Juan B. Delgado en Alicandro Epirótico. En 1965 Andrés Henestrosa publicó un artículo en el que apunta que la literatura mexicana me adeudará (ejem) para siempre el haber yo descubierto que «Ipandro» es anagrama de Píndaro, lo que a mí me pareció obvio cuando leí por vez primera a Píndaro traducido por el obispo Montes de Oca.
b) Los caminos de Serendipity
Miércoles, tres de la mañana. Leo The Nabokov-Wilson Letters 1940-1971 (Harper Colophon Books, New York, 1980), volumen que recoge la mayoría de las cartas que estos dos maniáticos de la literatura en general y de la precisión en particular intercambiaron desde la llegada del primero a los Estados Unidos, y en las que se ve por una parte la inagotable generosidad de «Bunny» (Wilson) y por otra el refinado espíritu oportunista con que «Volodya» (Nabokov) aprovecha día por día todo lo que su poderoso colega puede ofrecerle en materia de contactos y oportunidades para afianzarse en el mundo de la élite intelectual, las casas editoriales y las universidades norteamericanas, en tanto que, como un extraño Foma Fomitch al revés, se valía de su origen supuestamente aristocrático para ahondar el sentimiento de inferioridad que adivinó latente en aquel nativo de un país tan provinciano como los Estados Unidos; hasta que Bunny no soportó más y publicó en The New York Review of Books su famosa y demoledora crítica a la edición anotada del Eugene Onegin de su a esas alturas ya célebre amigo y desde ese día casi ex. Y uno ha podido estarse leyendo esas cartas hasta las tres de la mañana fascinado por la táctica que Nabokov empleó hasta ese momento para atacar las partes blandas de Wilson, táctica que consistía la mayoría de las veces en negar con desdén todo lo que Wilson admiraba: desde el marxismo y la Revolución soviética hasta autores como Henry James o William Faulkner.
Cinco de la mañana. Pero he aquí que terminando la página 318 del libro, y en carta de Wilson del 20/21 de junio de 1957, encuentro de pronto: «I forgot about Et in Arcadia ego», y luego (traduzco): Turguenev en «Una correspondencia» tiene «Nosotros también hemos vagado en sus hermosos campos». Esto, es evidente (ojo a lo obvio según Wilson), deriva de la Egloga Séptima de Virgilio: Ambo florentes aetatibus, Arcades ambo, seguido por Huc ipsi potum venient per prata juvenci. O Turgueney pudo haber confundido las dos citas». Y añade: «Pero la edición soviética señala que ésta se refiere a un poema de Schiller que comienza: Auch war in Arkadien geboren (Yo también nací en la Arcadia). Sin embargo, Schiller obviamente (subrayo el 'obvio' de Wilson) está pensando en Et in Arcadia, etc., y para esto el Larousse lo remite a uno a la pintura de Poussin Les bergers d'Arcadie... ¿Pero de dónde tomó esto Poussin? Me parece recordar con claridad que en el original la frase termina con un vixi; aunque algunas veces yo imagino tales cosas... ¿De dónde te viene a ti la idea de que esto procede de la Edad Media? En el cuadro, el ego no alude a la Muerte, como entiendo que tú dices que originalmente lo hacía, sino al hombre muerto en la tumba». (De paso, a Wilson le parece también obvio que el cadáver en la tumba sea de un hombre y no de una mujer. ¿Por qué?)
c) Partir hacia donde uno está
Jueves. A todos estos razonamientos que he tratado de resumir y dejar lo más claros posible Nabokov contesta en tres líneas y mes y medio después: «Mi fuente para entender que Et in Arcadia ego significa «Yo (la Muerte) (existo) aun en la Arcadia», es un excelente ensayo de Erwin Panofsky en The Meaning of the Visual Arts, Anchor Books, New York, 1955». Nada más. Y pasa a otra cosa, sin decirle, pero obviamente implicándolo: ¿Cómo es que hoy, agosto de 1957, tengas que acudir a fuentes soviéticas detestables, tú, que eres el mejor crítico de los Estados Unidos, teniendo ese libro en inglés, aquí, en tu ciudad, y quizá hasta en tu biblioteca, desde 1955?
Por mi parte, me lancé a la búsqueda de ese libro en inglés por toda la ciudad de México, incluida la Biblioteca Franklin, sin ningún resultado, para finalmente encontrarlo traducido (Erwin Panofsky, El signficado de las artes visuales, Alianza Editorial, Madrid, 1979) en la biblioteca del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad de México, a un paso de mi escritorio. Pero el capítulo «Et in Arcadia ego: Poussin y la tradición elegiaca» es tan rico que cualquier resumen resultaría, obviamente, una muestra muy pobre. Panofsky no deja duda: es la Muerte y no ningún pastor, o árcade, la que dice: Aun en la Arcadia estoy yo.
Y Virgilio no tuvo nunca nada que ver con la frase.
(14 de abril, 1984)
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