Manuel Vázquez Montalbán
Marie Claire, Julio 1997
De parte de Manuel Vázquez Montalbán, escritor hispanocatalán y tal vez europeo o euroafricano, para ser más exacto. Desde que la vi en Bajos Instintos me enamoré de usted con una intensidad sólo equivalente a la que en el pasado había sentido por Rita Hayworth en Salomé o Faye Dunaway en Bonnie and Clyde. Yo sólo puedo enamorarme de las estrellas de cine porque por las mujeres cotidianas sólo experimento compasión o nostalgia de alguna pasada compasión, en el supuesto caso de que el amor no sea un cóctel de compasión, nostalgia y unas gotas de la angostura del autoengaño. Me enamoré de usted a partir del momento en que cruza la pierna ante los policías, estrangulados aquellos hombres por ese tumor de deseo que suelen provocar las mujeres que se abren de piernas para insinuarse poseedoras de “la puerta estrecha que conduce a la ciudad doliente”, metáfora dantesca, víctima el pobre Dante del terror católico al sexo femenino, único posible paraíso real capaz de competir con todos los paraísos virtuales controlados por las religiones, la telemática la última. No es lascivia, Mrs. Stone, lo que comunica su gesto de cortar la relación espacio tiempo con el aspa de sus piernas, mientras más allá de la incisión se insinúa una patria más propicia. No es lascivia, sino profunda ternura por la desesperanza del hombre de fin de milenio, cansado tragamillas que ante el fracaso del “sentimiento” y la “razón” descubre que no hay otra plenitud que el retorno a la placenta materna, pero no de “la madre vestida”, es decir de nuestras santas madres, sino de una espléndida “madre vestida” como usted, como ustedes, las estrellas de cine que nos regalan la evidencia del reencuentro afortunado entre pecado y virtud más allá de la puerta estrecha que conduce a la ciudad doliente.Marie Claire, Julio 1997
Es usted la mejor “madre desnuda” de este fin de milenio, aunque en lontananza ya se insinúa una competidora que aún no ha acabado de connotarse en mi consciente de aprendiz de estrangulador de Boston. Me refiero a Emanuel Beart, ante la que me contiene el haber amado en el pasado las canciones de su padre. ¿Es legítimo amar a ka hija de uno de tus cantautores preferidos? No lo tengo claro y, mientras lo decido, dejo constancia de que usted reina en mi mirada interior cada vez que emprendo el viaje hacia el imaginario de la Ciudad del Sol.
Quedo a su entera o parcial disposición.
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