1.III.87 Me ha sucedido, este verano, de perderme en el tiempo. He llegado a sentir que había vivido siempre en este verano húmedo, demasiado caluroso y demasiado húmedo, y que siempre habría de vivir en él. Por momentos, y para mí, ha llegado a ser como una indeseada eternidad.
Nunca como en este tiempo de espera desahuciada me había fabricado ilusiones para entretener la ansiedad; casi he llegado a la alucinación. Y me he enamorado, de una manera indecente, obsesiva, adolescente; esta obsesión rellenó innumerables insomnios. En cierta forma me alegra haber rescatado la posibilidad de amar, que creía perdida en medio de la edad y el cinismo de la edad, aunque he sentido el pecho bullente de esa angustia amorosa, dolorido, maltrecho, como castigado por puños, he percibido la dulzura escondida en puertas misteriosas vueltas de ese dolor, lo que más de una vez me llevó a buscar ciegamente el dolor para conseguir algo de esa dulzura. He vivido, en fin, como borracho, entre los efectos del calor, la humedad, el amor, los ensueños, el dolor y la dulzura, tambaleando por las calles, o pegado a la seguridad de las paredes, o con la vista fija no muy lejos de la punta de los zapatos, temeroso del engaño de los sentidos y de la precariedad del equilibrio. He visto a la ciudad como a través de un vidrio empañado o con las dos dimensiones de un filme o con la lejanía imprecisa de un recuerdo. El tiempo es una masa cálida girando en torno de sí misma, conteniéndolo todo, sin soltar nada; que aparenta nacer, ya era, una y otra vez, cada acto, cada gesto, cada cosa, todo tiene el sabor de lo ya vivido muchas veces.
En ningún momento pensé conseguirla; no traté de envolverla en ninguna historia amena y complicada; no traté de rescatarla de su propio ensueño. Me fue suficiente, en un asalto verbal, la concesión fugaz de su rubor. Sé que hay algo tremendamente perverso en esta satisfacción pero, después de todo, es por completo vano hablar de perversión y de moral en un verano como éste, en el que el clima mismo es una obscenidad mayúscula; lo mío es una pobre imitación, un vago reflejo de la perversión de la tierra.
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